domingo, 29 de noviembre de 2009

Muchos hombres, un lenguaje


Abatido, desgastado, agotado, moribundo… el hombre está a punto de darse por vencido. Justo antes de dejar que sus brazos caigan al costado de su cuerpo; casi de forma instintiva y sin aliento, hace su último intento por sobrevivir. Aquello que trató de evitar por todos los medios, aquello que subestimó, desprecio y apartó. Ahora, casi sin cuerpo, ya casi sin vida y sin otra alternativa, el hombre decide por fin, pedir ayuda.

Pero el hombre vuelve a equivocarse. Tal vez, sea la desesperación la que lo confunde o el cansancio el que no lo deja pensar. Pide ayuda a otro hombre, pero no logra hacerse entender. Utiliza las últimas y mejores palabras que encuentra en su boca, desgarra los restos de lenguaje que merodean en su cabeza y se desvive por ser escuchado. No lo logra. El otro hombre, lo mira atónito, confundido, perplejo, no logra comprenderlo. Usa sus propias palabras e intenta averiguar qué es lo que el primer hombre intenta decirle. Pero ambos enloquecen, no pueden entenderse. Sus manos, torpes, movedizas ensayan desordenados movimientos que sólo logran enredar las miradas y desesperarlas.

Reina la confusión. Ambos repiten incansablemente las palabras que les quedan, pero nada. Pareciera que la repetición de las mismas aumenta la sordera de los oyentes. Otros hombres llegan sorprendidos por los gritos y alaridos, pero nadie logra hacerse entender. Sólo se oyen sonidos confusos y los cuerpos, ya desquiciados, se desarman.

El primer hombre queda sólo, pero rodeado de todos los otros hombres. Enloquece, habla sólo, grita. Cuando ya ha quedado casi sin aliento y moribundo, calla y agacha su mirada. Ya sin palabras, se toma la cabeza con sus manos, y comienza a llorar en silencio. Segundos después, siente algo sobre su hombro. Voltea la cabeza, y observa la mano tendida de otro hombre.

Pobres los hombres… ¿Acaso no se dan cuenta de que todos, pero todos hablan el mismo lenguaje? Es sólo que sus ambiciones, sus diferencias, sus locuras, los han sumergido en la confusión, los han enloquecido. Los han hecho hablar diferentes idiomas, vivir diferentes culturas y creer que todos son diferentes. Ellos, todos juntos, amontonados, apiñados, sordos, se hablan, se confunden, se gritan y se olvidan de que todos son hombres.

Sólo a veces, algunos parecen reaccionar. Son aquellos momentos, en que todos, desesperados, olvidan las diferencias y callan sus idiomas. No hacen falta las palabras, todos entienden lo mismo. Todos, pero todos, alguna vez lo han padecido. Es aquel que ha nacido con el hombre y lo acompañará hasta su muerte. Tal vez sea por eso, que cuando el dolor aparece, todos los hombres parecieran recordar que a pesar de los diferentes idiomas, todos pero todos, hablan el mismo lenguaje.

Babel - Alejandro González Iñárritu - México, 2006.

Música: Bibo No Aozora by Ryuichi Sakamoto, Jaques Morelenbaum & Everton Nelson. Endless Flight by Gustavo Santaolalla.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Causas perdidas

(patria obliga; el arranque es nacional)


Perpetuo es aquello que dura de por vida, que desconoce límites y se pierde en lo cotidiano para instalarse imperceptiblemente en cada rincón. Pocas cosas pueden volverse perpetuas, pero tal vez, aquellas más esenciales. Son las que logran confundir al tiempo, marearlo, y hasta a veces inmortalizarlo. Volverlo indefinible, inagotable, indescifrable, inaprensible…

El secreto del que habla Campanella puede que tenga que ver con estas cosas que vuelven inagotable al tiempo. Aquellas que por ser eternas no saben de fronteras, orígenes o finales. Aquellas que a pesar del paso del tiempo no se modifican, que se vuelven casi inalterables. Tal vez, justamente por no poder vislumbrar los límites, se vuelven ciegas. La justicia y el amor, no conocen de formas, tiempos o espacios. Son materias imperceptibles, difícilmente definibles y podría decirse, en un punto perpetuas. Cierto es, que existen amores y justicias que lejos están de inmortalizarse en una perpetuidad, pero no caben dudas que a pesar de su vencimiento, no hay quien no intente, ansíe y desespere por capturarlos.

Lo justo es aquello que se merece, fruto de los actos cotidianos y de las decisiones más o jamás pensadas. Aquello de lo que uno puede arrepentirse o reivindicarse, pero sin dudas, o sin escapatoria, hacerse cargo. Algunas de estas decisiones pueden tomarse en sólo unos minutos pero apropiarse de toda una vida. Pueden calar muy hondo y dejar una herida a la que no le alcance ni una vida entera para encontrar remedio. Hay quienes dedican el resto de sus días buscando un paliativo para ese dolor. Esos, que quedan detenidos en el tiempo, perpetuos, buscando una justicia, que hace varias décadas ha cambiado de domicilio y ya nadie puede encontrar.

Otros, también perdidos en el tiempo, merodean entre fojas de otra causa perdida. Aquí, tal vez no haya tanta ciencia exacta o ley que hacer valer. Pero sí también hay ojos ciegos, que se buscan, se pierden y esperan. Estas causas del latir, también son extensas, eternas, recurrentes y olvidadas. Pero tal vez tampoco nunca del todo cerradas, sino que muchas veces, escondidas en un cajón.

Puede que en medio de la agonía, alguien casi como intentando despabilarse, como recién levantado de una siesta sin horarios, corra a ese cajón y relea las páginas más recordadas de la causa. Y sean esas líneas, las que en un arranque casi violento e impulsivo, lo hagan retomar el caso con las propias manos. Casi sin aliento, sería como intentar correr a ese tiempo, que siempre ha permanecido allí, pero ha sabido esconderse con admirable suspicacia. Lo que ha sido recuerdo, vuelve para encarnarse en un presente y proyectarse hacia un futuro. No podría decirse cual es el comienzo de la causa, porque uno parece haber nacido luchando para ésta. Ya no cabe lugar para cuestionamientos. La lucha es ahora corporal, física; parece haberse mezclado con los rasgos propios. Eso sí, el secreto eterno e inmortalizado está en un solo lugar. Son ellos, que a pesar del tiempo, no han cambiado. Que a pesar de haberse enceguecido por éstas causas, han quedado perpetuos, eternos e inconfundibles. El secreto está en los ojos.


El secreto de sus ojos - Juan José Campanella, Argentina 2009.

Música inolvidable y recomendable: Federico Jusid.

PROLOGO



CINE MÁS VERITÉ / CINEMAS VERITÉ


Yo que siempre miré y nunca dije con palabras lo que mis ojos gritaban.

Caen los auriculares, porque no también los anteojos de carey y en vez de bajarse el telón, se sube… No se si puedo compaginar la inocencia con la piel, ni tampoco sé si nací para mirar lo que pocos pueden ver. Pero la idea es tratar de ir mas allá de lo que se ve a simple vista.

Cine más verité, es una idea de reseñar películas de una forma particular y porque no personal. Es por un lado proponer la idea de cinemas verité, como infinitas miradas posibles que convierten a la realidad en una materia múltiple y diversa.

Es por otro lado proponer la idea de cine más verité, como un deseo de ir aún más allá de lo real, de lo superficial, de la crítica clásica y académica. Un intento de traspasar el realismo casi dogmático para ir a un más allá, a un terreno más abstracto si se quiere. El objetivo es pensar en el significado de las palabras que se pierden entre las líneas de los films. Pensar en eso que está casi de forma imperceptible pero constantemente presente dentro de las películas.

En fin, voy a intentar combinar dos fórmulas: por un lado cinemas verité, sugiriendo la idea de múltiples visiones o realismos a ser mostrados y percibidos. Por otro, cine más verité como un intento de ir más allá de lo que subyace en la superficie del film. Ir más allá del realismo, buscando el tono de las películas.

Espero que la combinación no resulte explosiva, y que termine en algo, al menos, digno de ser leído…

virr.