jueves, 21 de enero de 2010

La memoria; esa extraña influencia.



“Y me lancé al camino, hacia lo no sabido, limpio y sin carga. La memoria guardará lo que valga la pena. La memoria sabe de mí más que yo; y ella no pierde lo que merece ser salvado”.

Eduardo Galeano



Los Rubios - Albertina Carri - Argentina , 2003.


El shock me dejó sin inspiración ... Galeano me hace la segunda.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Las manos aturdidas


Los dedos torpes corren apurados, se confunden a cada paso, encimados, reniegan de cada uno de sus movimientos. Van y vienen locos y cada vez más sordos. Se desplazan en silencio, pero sin descanso. Se equivocan, aciertan, y vuelven a equivocarse.

Las manos sangran, desgarradas y moribundas repasan cada compás, una y mil veces. Por momentos, puede notarse como se van destiñendo, como pierden el color, casi como si pidieran ayuda. No se cansan, no paran, no callan. La melodía se cuela en las venas y llega a aturdir hasta a los oídos más lejanos. Y las manos… las manos no se detienen.

Muere la última nota, las manos caen y la melodía desaparece. Los dedos extasiados y aturdidos se encojen y se esconden. Caen rendidos y permanecen inmóviles. Descansan, lamentan y reprochan su andar. Recuerdan, repasan y vuelven sobre el sonido de cada uno de los pasos dados. El recuento es mental, lo dedos, moribundos, ya no se mueven.

De repente la melodía vuelve. Aparece como si la habrían llamado a gritos. Vuelve para exigir ser recordada y honrada. Ahora es perfecta, incansable, eterna. Se vuelve cada vez más inmensa, llega a ser ensordecedora.

Los dedos atónitos, inmóviles y confundidos, buscan a su alrededor con ojos desesperados. Miran, buscan, desean, hasta envidian, pero no ven nada más que a ellos mismos, quietos y moribundos.

Amadeus - Milos Forman / USA. 1984.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La verdad de los ojos

Si bien conviven entre todos nosotros como eternos y ancestrales fantasmas, tal vez su asiduo uso y abuso han difuminado sus contornos y gestos, por lo que entonces, hay pocos que a esta altura pueden definirlos con exactitud y propiedad. Tal vez muchos esbocen o balbuceen algunas ideas al respecto, escojan los mejores ejemplos para personificarlos, pero casi nadie puede o ha podido, darles una definición precisa, consensuada y universal. La belleza y la fealdad conservan su longevidad pero rondan vagabundos sin poder encontrar gestos propios, únicos, inconfundibles e indiscutibles.

Cierto es que muchos, millones, se la pasan evocando y señalando ejemplos que encarnen lo bello y lo feo. Casi como árbitros celestiales, se elevan para emitir un juicio polarizante y selectivo a la hora de decidir sobre la belleza de un elemento. Posiblemente la clave para tan trascendente decisión, se la brinden dos socios fieles e incondicionales. Son esos que a través de sus percepciones traducen casi instantáneamente aquello que ven, en algo bello o algo feo. ¿Qué será entonces aquello que los ojos captan tan inmediatamente sin precisar ni un segundo más para la revisión o la reflexión?

No caben dudas, que en reiteradas ocasiones muchos de ellos coinciden con otros, y entonces casi de forma profética se alzan en un ritual de alabanza o en el peor de los casos de ostigación, burla, risa y por supuesto segregación hacia el objeto o sujeto percibido. Pero, también es cierto, que hay muchas otras veces, en que no hay coincidencias o lo que es peor, hay percepciones casi opuestas. Y es allí, en el disenso de los ojos, en que uno podría inmediatamente preguntarse, pues entonces ¿Quien tiene la razón? Pero tal vez, luego de presenciar la ponencia de argumentos, uno todavía no pueda decidirse por uno u otro. Quizás, los dos tengan razón, o ninguno la tenga.

La llegada de otra versión, de otros ojos, nos hace dudar sobre la propia, y entonces desconfiar de quienes nos ordenan sobre lo cotidiano. Y así, como fruto de la duda, puede que uno decida dar una segunda mirada para corroborar las primeras sensaciones y así descartar todo disenso. Pero suele ocurrir, que justo cuando se voltea la vista por segunda vez, cuando se observa con detenimiento, o se cambia el ángulo de visión, los ojos ya no cuentan la misma historia. Ahora entonces, frente a la multiplicidad de miradas, historias, sensaciones, ¿Dónde está la verdad? ¿Cual de todos los ojos poseen la razón y pueden determinar y discernir entre lo bello y lo feo?

Aquellas fotografías que los ojos guardan, añoran y esconden; pueden desempolvarse con gran facilidad. Pero ya, aunque hayan sido esos mismos ojos, los que han fotografiado aquella vieja escena, son los mismos que hoy, al recordarla, muestran otra.

El abanico se despliega con una amplitud infinita y un ritmo indefinido. Es por eso entonces, que resulta imposible atribuirle la certeza y la razón a un solo par de ojos. Las diferentes, constantes, variadas e infinitas capturas hacen de la realidad una materia casi inaprensible y difícilmente definible con parámetros exactos, objetivos.

Cada mirada fotografía las escenas con su propio lente. La certeza llega rápidamente de la mano de la materialidad al revelar el rollo de la cámara. Pero también puede irse sólo en un segundo, cuando las fotografías llegan a manos de otros ojos.

“Blow up”Michelangelo Antonioni (1966) – Italia.

Adaptación del relato “Las babas del diablo” de Julio Cortázar

“[...] su héroe favorito es el que mira. Es peligroso, ya que al observar, al mirar más tiempo del necesario[...], se desequilibra el orden establecido, en tanto que, normalmente, el tiempo exacto de una mirada es algo que dicta la sociedad”. (Roland Barthes)

domingo, 29 de noviembre de 2009

Muchos hombres, un lenguaje


Abatido, desgastado, agotado, moribundo… el hombre está a punto de darse por vencido. Justo antes de dejar que sus brazos caigan al costado de su cuerpo; casi de forma instintiva y sin aliento, hace su último intento por sobrevivir. Aquello que trató de evitar por todos los medios, aquello que subestimó, desprecio y apartó. Ahora, casi sin cuerpo, ya casi sin vida y sin otra alternativa, el hombre decide por fin, pedir ayuda.

Pero el hombre vuelve a equivocarse. Tal vez, sea la desesperación la que lo confunde o el cansancio el que no lo deja pensar. Pide ayuda a otro hombre, pero no logra hacerse entender. Utiliza las últimas y mejores palabras que encuentra en su boca, desgarra los restos de lenguaje que merodean en su cabeza y se desvive por ser escuchado. No lo logra. El otro hombre, lo mira atónito, confundido, perplejo, no logra comprenderlo. Usa sus propias palabras e intenta averiguar qué es lo que el primer hombre intenta decirle. Pero ambos enloquecen, no pueden entenderse. Sus manos, torpes, movedizas ensayan desordenados movimientos que sólo logran enredar las miradas y desesperarlas.

Reina la confusión. Ambos repiten incansablemente las palabras que les quedan, pero nada. Pareciera que la repetición de las mismas aumenta la sordera de los oyentes. Otros hombres llegan sorprendidos por los gritos y alaridos, pero nadie logra hacerse entender. Sólo se oyen sonidos confusos y los cuerpos, ya desquiciados, se desarman.

El primer hombre queda sólo, pero rodeado de todos los otros hombres. Enloquece, habla sólo, grita. Cuando ya ha quedado casi sin aliento y moribundo, calla y agacha su mirada. Ya sin palabras, se toma la cabeza con sus manos, y comienza a llorar en silencio. Segundos después, siente algo sobre su hombro. Voltea la cabeza, y observa la mano tendida de otro hombre.

Pobres los hombres… ¿Acaso no se dan cuenta de que todos, pero todos hablan el mismo lenguaje? Es sólo que sus ambiciones, sus diferencias, sus locuras, los han sumergido en la confusión, los han enloquecido. Los han hecho hablar diferentes idiomas, vivir diferentes culturas y creer que todos son diferentes. Ellos, todos juntos, amontonados, apiñados, sordos, se hablan, se confunden, se gritan y se olvidan de que todos son hombres.

Sólo a veces, algunos parecen reaccionar. Son aquellos momentos, en que todos, desesperados, olvidan las diferencias y callan sus idiomas. No hacen falta las palabras, todos entienden lo mismo. Todos, pero todos, alguna vez lo han padecido. Es aquel que ha nacido con el hombre y lo acompañará hasta su muerte. Tal vez sea por eso, que cuando el dolor aparece, todos los hombres parecieran recordar que a pesar de los diferentes idiomas, todos pero todos, hablan el mismo lenguaje.

Babel - Alejandro González Iñárritu - México, 2006.

Música: Bibo No Aozora by Ryuichi Sakamoto, Jaques Morelenbaum & Everton Nelson. Endless Flight by Gustavo Santaolalla.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Causas perdidas

(patria obliga; el arranque es nacional)


Perpetuo es aquello que dura de por vida, que desconoce límites y se pierde en lo cotidiano para instalarse imperceptiblemente en cada rincón. Pocas cosas pueden volverse perpetuas, pero tal vez, aquellas más esenciales. Son las que logran confundir al tiempo, marearlo, y hasta a veces inmortalizarlo. Volverlo indefinible, inagotable, indescifrable, inaprensible…

El secreto del que habla Campanella puede que tenga que ver con estas cosas que vuelven inagotable al tiempo. Aquellas que por ser eternas no saben de fronteras, orígenes o finales. Aquellas que a pesar del paso del tiempo no se modifican, que se vuelven casi inalterables. Tal vez, justamente por no poder vislumbrar los límites, se vuelven ciegas. La justicia y el amor, no conocen de formas, tiempos o espacios. Son materias imperceptibles, difícilmente definibles y podría decirse, en un punto perpetuas. Cierto es, que existen amores y justicias que lejos están de inmortalizarse en una perpetuidad, pero no caben dudas que a pesar de su vencimiento, no hay quien no intente, ansíe y desespere por capturarlos.

Lo justo es aquello que se merece, fruto de los actos cotidianos y de las decisiones más o jamás pensadas. Aquello de lo que uno puede arrepentirse o reivindicarse, pero sin dudas, o sin escapatoria, hacerse cargo. Algunas de estas decisiones pueden tomarse en sólo unos minutos pero apropiarse de toda una vida. Pueden calar muy hondo y dejar una herida a la que no le alcance ni una vida entera para encontrar remedio. Hay quienes dedican el resto de sus días buscando un paliativo para ese dolor. Esos, que quedan detenidos en el tiempo, perpetuos, buscando una justicia, que hace varias décadas ha cambiado de domicilio y ya nadie puede encontrar.

Otros, también perdidos en el tiempo, merodean entre fojas de otra causa perdida. Aquí, tal vez no haya tanta ciencia exacta o ley que hacer valer. Pero sí también hay ojos ciegos, que se buscan, se pierden y esperan. Estas causas del latir, también son extensas, eternas, recurrentes y olvidadas. Pero tal vez tampoco nunca del todo cerradas, sino que muchas veces, escondidas en un cajón.

Puede que en medio de la agonía, alguien casi como intentando despabilarse, como recién levantado de una siesta sin horarios, corra a ese cajón y relea las páginas más recordadas de la causa. Y sean esas líneas, las que en un arranque casi violento e impulsivo, lo hagan retomar el caso con las propias manos. Casi sin aliento, sería como intentar correr a ese tiempo, que siempre ha permanecido allí, pero ha sabido esconderse con admirable suspicacia. Lo que ha sido recuerdo, vuelve para encarnarse en un presente y proyectarse hacia un futuro. No podría decirse cual es el comienzo de la causa, porque uno parece haber nacido luchando para ésta. Ya no cabe lugar para cuestionamientos. La lucha es ahora corporal, física; parece haberse mezclado con los rasgos propios. Eso sí, el secreto eterno e inmortalizado está en un solo lugar. Son ellos, que a pesar del tiempo, no han cambiado. Que a pesar de haberse enceguecido por éstas causas, han quedado perpetuos, eternos e inconfundibles. El secreto está en los ojos.


El secreto de sus ojos - Juan José Campanella, Argentina 2009.

Música inolvidable y recomendable: Federico Jusid.