lunes, 28 de diciembre de 2009

Las manos aturdidas


Los dedos torpes corren apurados, se confunden a cada paso, encimados, reniegan de cada uno de sus movimientos. Van y vienen locos y cada vez más sordos. Se desplazan en silencio, pero sin descanso. Se equivocan, aciertan, y vuelven a equivocarse.

Las manos sangran, desgarradas y moribundas repasan cada compás, una y mil veces. Por momentos, puede notarse como se van destiñendo, como pierden el color, casi como si pidieran ayuda. No se cansan, no paran, no callan. La melodía se cuela en las venas y llega a aturdir hasta a los oídos más lejanos. Y las manos… las manos no se detienen.

Muere la última nota, las manos caen y la melodía desaparece. Los dedos extasiados y aturdidos se encojen y se esconden. Caen rendidos y permanecen inmóviles. Descansan, lamentan y reprochan su andar. Recuerdan, repasan y vuelven sobre el sonido de cada uno de los pasos dados. El recuento es mental, lo dedos, moribundos, ya no se mueven.

De repente la melodía vuelve. Aparece como si la habrían llamado a gritos. Vuelve para exigir ser recordada y honrada. Ahora es perfecta, incansable, eterna. Se vuelve cada vez más inmensa, llega a ser ensordecedora.

Los dedos atónitos, inmóviles y confundidos, buscan a su alrededor con ojos desesperados. Miran, buscan, desean, hasta envidian, pero no ven nada más que a ellos mismos, quietos y moribundos.

Amadeus - Milos Forman / USA. 1984.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La verdad de los ojos

Si bien conviven entre todos nosotros como eternos y ancestrales fantasmas, tal vez su asiduo uso y abuso han difuminado sus contornos y gestos, por lo que entonces, hay pocos que a esta altura pueden definirlos con exactitud y propiedad. Tal vez muchos esbocen o balbuceen algunas ideas al respecto, escojan los mejores ejemplos para personificarlos, pero casi nadie puede o ha podido, darles una definición precisa, consensuada y universal. La belleza y la fealdad conservan su longevidad pero rondan vagabundos sin poder encontrar gestos propios, únicos, inconfundibles e indiscutibles.

Cierto es que muchos, millones, se la pasan evocando y señalando ejemplos que encarnen lo bello y lo feo. Casi como árbitros celestiales, se elevan para emitir un juicio polarizante y selectivo a la hora de decidir sobre la belleza de un elemento. Posiblemente la clave para tan trascendente decisión, se la brinden dos socios fieles e incondicionales. Son esos que a través de sus percepciones traducen casi instantáneamente aquello que ven, en algo bello o algo feo. ¿Qué será entonces aquello que los ojos captan tan inmediatamente sin precisar ni un segundo más para la revisión o la reflexión?

No caben dudas, que en reiteradas ocasiones muchos de ellos coinciden con otros, y entonces casi de forma profética se alzan en un ritual de alabanza o en el peor de los casos de ostigación, burla, risa y por supuesto segregación hacia el objeto o sujeto percibido. Pero, también es cierto, que hay muchas otras veces, en que no hay coincidencias o lo que es peor, hay percepciones casi opuestas. Y es allí, en el disenso de los ojos, en que uno podría inmediatamente preguntarse, pues entonces ¿Quien tiene la razón? Pero tal vez, luego de presenciar la ponencia de argumentos, uno todavía no pueda decidirse por uno u otro. Quizás, los dos tengan razón, o ninguno la tenga.

La llegada de otra versión, de otros ojos, nos hace dudar sobre la propia, y entonces desconfiar de quienes nos ordenan sobre lo cotidiano. Y así, como fruto de la duda, puede que uno decida dar una segunda mirada para corroborar las primeras sensaciones y así descartar todo disenso. Pero suele ocurrir, que justo cuando se voltea la vista por segunda vez, cuando se observa con detenimiento, o se cambia el ángulo de visión, los ojos ya no cuentan la misma historia. Ahora entonces, frente a la multiplicidad de miradas, historias, sensaciones, ¿Dónde está la verdad? ¿Cual de todos los ojos poseen la razón y pueden determinar y discernir entre lo bello y lo feo?

Aquellas fotografías que los ojos guardan, añoran y esconden; pueden desempolvarse con gran facilidad. Pero ya, aunque hayan sido esos mismos ojos, los que han fotografiado aquella vieja escena, son los mismos que hoy, al recordarla, muestran otra.

El abanico se despliega con una amplitud infinita y un ritmo indefinido. Es por eso entonces, que resulta imposible atribuirle la certeza y la razón a un solo par de ojos. Las diferentes, constantes, variadas e infinitas capturas hacen de la realidad una materia casi inaprensible y difícilmente definible con parámetros exactos, objetivos.

Cada mirada fotografía las escenas con su propio lente. La certeza llega rápidamente de la mano de la materialidad al revelar el rollo de la cámara. Pero también puede irse sólo en un segundo, cuando las fotografías llegan a manos de otros ojos.

“Blow up”Michelangelo Antonioni (1966) – Italia.

Adaptación del relato “Las babas del diablo” de Julio Cortázar

“[...] su héroe favorito es el que mira. Es peligroso, ya que al observar, al mirar más tiempo del necesario[...], se desequilibra el orden establecido, en tanto que, normalmente, el tiempo exacto de una mirada es algo que dicta la sociedad”. (Roland Barthes)